Atte.
La Gerencia
No le gusta la primera persona, le gusta la tercera. La última de la esquina, aquél, el de la otra cuadra, el que se ve a lo lejos. A él le encanta la tercera persona del singular o del plural. Como mejor dé, lo importa es que sea tercera. Pero le gusta la primera para llegar, para alcanza la cima, allí no le gusta la tercera porque sólo puede contar y no puede entrar. Y allí sí gusta hablar de primera y de los primeros, y por supuesto, estar entre los primeros. Estaba de primero cuando tuvo que aceptar el despecho ideológico del que sufrimos, entonces se bajó más allá del tercero llegando casi al quinto escalón, inventándose una persona para resguardarse a lo lejos, allá… por la sexta cuadra.
Por estos días los murmullos ensordecen. Todos los sectores políticos se encuartelan ante un termómetro que aumenta los grados de incertidumbre. Aun en la universidad se discuten las razones para votar ¿Aun?
Nos molestan los errores y para ellos las excusas son salvoconductos que sirven como remedio. Es más sencillo apostar a la perfección a la línea recta que no se desvía y que si lo hace, no importa, porque yo no lo vi. Es más fácil cerrar los dientes y dar la última palabra, colocar candado y que si tienen que haber implosiones también que yo no las vea. Hay más cosas sencillas que complicadas, de hecho lo complicado en todo esto es hacer sencillo lo complicado. Pero aun así, después de superado seguimos siendo sarcásticamente perfectos.
Cada vez que escucho un discurso político o leo los que nos dirigen, me asusta, desde hace años, no oír nada que produzca un sonido humano. Son siempre las mismas palabras que dicen las mismas mentiras. Que los hombres se conformen con ellas, que la cólera del pueblo no haya abatido todavía a los fantoches, es una prueba, a mí modo de ver, de que los hombres no conceden ninguna importancia a sus gobiernos y que juegan, sí, realmente, juegan toda una parte de sus vidas y de sus llamados intereses vitales.
Agosto 1937
El orgullo no debe pasar hambre. Se le debe satisfacer a sus anchas, con dietas ricas en rabietas, silencios, dientes apretujados, y sonrisas falsas. El orgullo siempre marca el mejor semblante, entre cada caso se encuentra remedio. El orgullo tiene sus cinco sentidos dispuestos a ganar batalla, a fortalecerse y traer medallas para colgar sobre la cama, títulos de honor que, en fin, sólo son honor. Pero de qué sirve el honor. Digamos que el orgullo forma parte del currículo, de la personalidad recia que gusta tener, del que marca pauta pero no es en extremo el fastidio de los orgullos.
Quien aun dude – des ca ra da men te, de las intenciones esbozadas en estos 8 años, pues habrá que recordárselo a carajazos. Esa es la sentencia que mejor define el proyecto político que pretenden continuar los discípulos de un maestro que se ha encargado de enrumbar, a carajazos, hacia un socialismo del siglo XXI que la gente no entiende ni le interesa. El socialismo rojo se alza en consignas cuando pagan los aguinaldos, cuando cancelan la deuda interna, cuando incrementan el salario mínimo. Allí, al son de “por la plata baila el mono”, el socialismo del siglo XXI se digiere con par de cachitos, limonada frape y unos Levis nuevos, mientras sea así bailará el mono.
Escribo retazos por todas partes, en uno, dos, tres cuadernos en todos falto yo el fuego de siempre, este largo suspiro que no...