No sabemos de los
ruidos de nuestros cuerpos, del ruido ajeno en el piso de abajo, de la
muchedumbre en el mercado, de los huesos partidos que ya no queremos recoger,
de los versos añejados en la punta de la lengua, del ruido del cliché en los
ojos enamorados.
Contengo tanto ruido y
estoy tan llena de silencio.
Acaparo el espacio de
esta ciudad entre ríos con un par de suspiros, hago ruido… el poco ruido que no
necesito para vivir; ruido asesino de los cuartos repletos de soledad. No mata,
no suena, es diáfana.
Recuerdo el ruido de las camas vencidas. Necesito el
susurro de la abuela diciendo te quiero,
el ruido escandaloso de tus suelas saliendo de la habitación y, a veces,
también necesito el silencio de la noche en el cuarto de atrás.
Cuando esta ciudad
detesta sus voces nos manda a callar con los relámpagos fuera de temporada o
con la sequía en la presa, con todo ese escándalo que no nos tragamos. Apenas
el tragaluz distinto, el de estos ojos, el de esta mueca que se ancla en
silencios ajenos para no pronunciar palabra.
Marzo 2008
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