Sunday, March 26, 2006

Epitafios – Contratos



Los deseos son puñaladas. Puñaladas con giros extraños y traicioneros. Pensé en futuro hace años, en la diatriba del destino y en el dicho de la historia escrita por uno mismo. Saqué cuentas y contaba entonces con una belleza modesta, cierta moral, unas ganas de comenzar y un pasado sin pasado para construir la morada de mi historia.

Crecí sin decir mentiras porque se me agigantaría la nariz, sin tragarme las semillas de la patilla por el temor a que me naciera una planta en el estómago y dormía temprano porque me saldría el coco. A los 16 la moral era un concepto vago con cosquillas en los genitales. Decidí entonces apegarme a las filosofías de mi tía Consuelo y olvidarme un poco de las falsas morales del bachillerato y apegarme a mis propios deseos. La piel se me convirtió en un recién nacido sin padres, y la carne un estilo de vida sin remordimientos.

Recuerdo a mi tía Carolina gritándome con las maletas en las manos “hija nunca se esfuerce en mirar atrás”. Siempre fue una tipa aventurera y sin pelos en la lengua, agarrar sus peroles e irse para Caracas no le costó mucho. Más atrás corrió Eugenia con el pretexto de hacer sentar cabeza a Carolina y nunca regresó. Quien sabe si porque mi tía nunca sentó cabeza o porque el amor hizo desastres en su vida. Nunca regresó para construir la fábrica de la familia que tanto decía, sólo se conforma con mandar chequecitos para el futuro negocio. Lo más cercano a una fábrica era el negocio de amor de mi tía Consuelo. Pero ése no era mi anhelo.

Recuerdo la primera vez – y la que fue la última - que mi mamá fue a Caracas. Llegó vociferando la grandeza de las calles, lo hermoso de sabana granda, lo extraño de los tejados verdes y la hermosura de las prendas importadas. Sentenció: “Marisela nos iremos y regresaremos prósperas”. Mamá murió y nunca fuimos a cumplir deseos. Me quedé con la mirada hacia el frente, con un pasaje en la mano y con la sola verdad de que mi familia no estaba construida con pactos de sangre. Desde entonces pensé seriamente en el futuro y me olvidé de la familia.

Ahora he crecido como un fantasma con mucho pasado pero sin recuerdo. Pienso traicioneramente en la familia con nostalgia y ciruelas en la boca, como si fuese un castigo por pretender hacer tierras baldías en jardines de plata. Abandoné promesas y ahora sólo me queda un deseo que me acribilla: las ganas enormes de regresar.

Lente: Tamara Pinco

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