Sunday, August 27, 2006

A Pedro le encanta montarse detrás del camión de la coca-cola cuando pasa por la vereda, se siente como si volara – me dice - , el conductor no se da cuenta y él va paseando por todo el barrio alardeándole a Joseito, Andrés y Osito cuando lo ven pasar. Un día se le hizo tarde para bajarse y lo cacharon en la autopista, estaba aterrado. Carla ya no nos visita, camina cosida a su mamá. Parece que desde que conseguimos a la Sra. Josefa con tabaco en mano augurándole la vida a la vecina no nos tiene mucho aprecio, qué clase de servicio es ése que le da comezón mostrarlo. Carla extraña mucho el cariño, se le nota en los suspiros y en los brazos que no cansa de ofrecer. Son niños con lealtad a ser niños hasta las 8, de allí en adelante ante el mejor postor es fácil ser adulto, aunque se escapen a jugar pichas en los ratos libres. Por lo pronto, Osito se pasea en esa tentativa entre dejarse acariciar y entretenerse en los juegos o encarar que en casa no hay espacio para niños, por lo tanto es necesario que crezca en espacios rápidos. Para él es duro, también se le nota desde sus piernas que no se cansan de trepar huyendo de la tierra y en sus ojos que miran siempre hacia arriba. Ahora juegan a ser pandilla, a “ser grandes” y exaltarse entre ellos de la manera más fácil como se puede obtener respeto en el mundo de los grandes.

De repente, las calles comienzan a hacerse espaciosas y hay más vida, más bondad. Significa que casi no existe temblor en las pisadas ni miradas extrañas, a veces también significa mover las caderas con la salsa y aprenderse una que otra estrofa. La vida tiene otro tinte detrás de ese callejón, es como si se encendiera la ciudad sólo allí. Resulta como el concentrado de un país con sus vicios y virtudes. Un parque para niños con la inscripción “todo terreno” y sin seguro para las fracturas. La felicidad sí existe, es decir, existe bajo sus mutaciones.

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