El día que conocía a Juan José tenía una sonrisa colgante de 10 x 10 que se escabullía a medio virar entre sus hombros, y que de vez en cuando se asomaba picando el ojo. Era fascinante. No pronunciaba palabra, su idioma era emular pequeñas carcajadas haciendo desde la boca unas formas sorprendentemente pícaras y apuestas. Se acercaba cual gato juguetón con un grillo, quería lanzarme de un lado a otro aun cuando yo lo sobrepasaba en centímetros. Era todo un vanguardista en sonrisas, un artista de inocencia. Tenía 8 años y una esperanza que no se dice en palabras.
Qué bonita historia de infancia. Por cierto... mi niño interno no pudo evitar jugar con el pez y darle comida. Tres veces.
ReplyDeleteAbrazo
J
esperanza..esa palabra me dió siempre miedo...pero lindo que unos la vean como magía.
ReplyDeleterdelirio
nel! qué bonito :)
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