Era viejo el samán. Otro abuelo de ramas enraizado en la planicie en medio de la nada, de la nada y de todo el Caroní en plena presa. Un abuelo de esos acostumbrados a ver los enamorados besarse en la esquina, esconderse y pasar debajo de las ventanas para que no los vea la abuela. En fin, un alcahueta. Un samán bien alcahueta.
Frondoso, espelucado y a veces desnutrido en pleno centro de verano, pero ahí, sostenido en su tronco esperando por los soñadores, por los tontos soñadores y por los bohemios de voz. Aparecimos nosotras inventándonos un par de cuentos del árbol que emula palabras desde la sin hueso y tú inventándote una historia de asesina trepadora llegando a la cúspide para dejar la huella indeleble de M13 pintada con la savia.
Nos faltaba realmente poco para creernos el cuento de escritoras, porque era un juego que asumíamos con absoluta rigurosidad sin la certificación de nadie. Entonces, qué más que sólo el cuento, el buen cuento de creernos adolescentes escritoras con guitarra debajo de un árbol. Por supuesto, no cualquier árbol, nuestro árbol. Demasiado romántico, demasiado adolescente, sí, pero también un cuento nuestro.
Nunca pensamos en olvidarnos del futuro clandestino que pintábamos debajo de las hojas. Una suerte de rompecabezas que nos halaba el cuero cabelludo planeándonos la vida, y los viajes. Te imaginaba entonces cantando en el centro, iluminada a medias. Ya no en el anfiteatro de la escuela, ni de cuanta tarima se armara, sino encerrada en esa oscuridad fría de la cabina – que sólo imagino – de las tantas veces que la soñabas.
¡De cuántas cosas nos disfrazamos! De poeta, cantante, narradora, de cineasta, viajera y hasta de soledad. Y de soledad, me atrevo a decir, fue el disfraz que más disfrutamos. Un artificio – me imagino – que aprendimos de las películas en donde la tristeza tiene cara de soledad y donde la soledad, según, lleva a una vida interesante y plena. Una mentira que nos encargamos de desdeñar al cargar unos años más y darnos cuenta, que apostar es más que conversar.
Fugarnos de la escuela para escapar al árbol alejado de la ciudad no fue suficiente para concretar. No lo es, pero sigue siendo un samán hermoso... Un acumulado de memorias en cada raíz aferrada a esa tierra, un escalofrío de sólo recordar y ambientar la ventilada de sus hojas precipitadas emulando una lluvia de otoño. Atesoro aun el cariño gigantesco al árbol, a los sueños depositados en su sombra y a una amiga clave para seguir atreviéndome a imaginar otros mundos.
Qué belleza, Clavel.
ReplyDeleteLa soledad... lleva a una vida interesante...
En mi época de guitarra bajo el árbol, la tristeza era la mejor fuente de inspiración. Si no estaba triste, deprimida, no escribía, ni leía, ni tocaba guitarra, ni piano, ni tomaba fotos. Sigo siendo un poco así, creo.
Ahora trato de sacarle más el lado humorístico a esa negrura.
Creo que, sin meternos en lo que es verdad o mentira, bueno o malo, cada quien se acostumbra a una manera de ser y le es difícil parecerse a otra cosa.
Ah, te puse otras fotos en mi blog para que te rías un poco más!
hola Clave
ReplyDeletequé bello este recuerdo-regalo, y homenaje a ese samán paternal y bondadoso que dió sombra y luz a dos futuras artistas