Estaba abstraída en medio de la multitud, pensando en como ese manojo de gritos eran un insulto para nosotros mismos, como las alocuciones de Chavéz, o un sarcasmo de esos que me ha tocado pensar en los últimos días. Una constante quejedumbre que ante un cantante pequeño no vale la pena. Todos saltaban, las niñas lloraban de alegría de pena, de la vanidad de ser capturadas por la cámara. Y en el medio yo, otra vanidosa que no lee. Giraba mi cabeza, izquierda, derecha. ¿Estaría alguien conocido allí? ¿Me habrían visto?, guardaba la compostura. Aquello no era más que un parapeto, un teatro de marketing el cual pensé – absurdamente - que sería un remedio. Sujeté mi cabello, tenía una cinta negra que podría servir para ello, es el tic de los sin-salidas. Me esforzaba en hacer de la fricción, con cada hebra espelucada, algún peinado liso. No lo logré, pero me tranquilizaba. Me manejaba impávida, inmutable ante los gestos sexuales del chico de la tarima, que de la manera más obvia hacía un esfuerzo sobrenatural por lograr lo que llaman “feed back” del público. Justo enfrente, la chica de durazno tenía unos senos envidiables. Los mismos que me gustaría tener, no por su volumen sino por forma. Mis esfuerzos se detuvieron en contemplar, como se mantenían firmes debajo de su piel las dos protuberancias. Se veían blandos pero justos, no muy grandes, como dos toronjas ligeramente afectadas por la gravedad, lo suficiente para acercarse a su naturalidad. Pensaba que es el estilo que me gustaría tener, su cabello rizado almidonado como Lucy, la del Show de Lucy; a veces uno debe darse el lujo de contemplar el sexo femenino. Las mujeres siempre lo hacemos, somos una clase de reto ante cualquier esperpento femenino, nos contoneamos como lobas, detallamos el objetivo, podemos emitir o no un juicio, consérvalo para sí. Permanecía estoica, ella también lo estaba. Detrás de sus lentes de pasta negra Carolina Herrrera, parecía un animal inquisitorio de esos que muy bien podemos ser las mujeres. Construir un reino y devastarlo con la palabra “pero”, es una clase de conducta de la cual carecen ellos. Terminado el show y reventado los papelillos, sí, en efecto, revienta. Caminamos en manada por los pasillos de la salida, mientras imaginaba un trozo de casabe untado con queso Philadelphia, el favorito; que mientras cruje, pienso en la libertad de nuestro sexo, juicios que según los parámetros sociales ellos no podrían asumir. Me sentía grande, orgullosa más bien, es a esa clase de corrientes a las que recurro cuando siento caer. Tomarse de cualquier halo de justicia y orgullo para crecer sobre uno mismo. No sé. Lucy se perdió, en la salida ya no estaba. Recuerdo que no tenía nada en lo cual pensar, sino en como largarme de allí, obviar los rostros conocidos, las preguntas de rigor, como diría José, la imposibilidad del adiós - en este caso - el síndrome del Hola, y lanzarme dentro del Malibú azul que casi siempre resulta una buena guarida. En el interior del Malibú, la oscuridad asombraba a mi vista, estaba lela. Coloqué mi bolso a un lado, papá iba adelante interrogando con la suerte de preguntas que dan para estos casos: “¿Cómo te fue?”, “bien, no más que bien” - dije. Hasta que la pantallita fluorescente del teléfono se encendió, “message”, al instante, desapareció la envidia por las toronjas de Lucy. Al norte de este continente, alguien resucitaba en mi memoria. Otro ciclo, otro conjuro en el cual pensar, la mejor meditación de los últimos días.
Impresionante el relato... me gustó mucho... sigue así...
ReplyDeleteEso que narras del las mujeres es verdad, somos esa clase de reto tan extrañamente femenino...
ReplyDeleteMe gusta lo desenfadado de la voz, creo que esta noche redundo al decirlo.
Estaré "cerca" los próximos días y celebro en silencio.
Abrazos,
OA