Los tiempos en Venezuela han cambiado. 10 años de revolución forzosa, por oposición al autoritarismo/ por temor al personalismo/ por la era que me tocó conocer, han dejado poco espacio para las crónicas en tercera persona y para las cartas. Cada día los hechos ceden menos espacios a otras disertaciones que no sean la vida política, las incidencias de las palabras en el colectivo, las repercusiones de las leyes sobre nuestras vidas, por eso, luego de mucho tiempo de llevar este espacio como un rincón en el que sentarse a comer flores y tomar té, este se ha remodelado naturalmente.
Recientemente puedo decir que soy periodista. Pero ese, como supongo sucede en muchos oficios, no se adquiere con el papel, ni con las entrevistas ni con las invitaciones a ruedas de prensa. Asaltan mil maneras para concebir el oficio, para comprender – con humildad - el objetivo de esta tarea que intenta multiplicar la voz limpia de una sociedad que continuamente grita.
Por eso he llegado al punto de estar en una profesión que no siento mía. La sociedad a la que pretendemos informar no nos eligió. Ejercemos un servicio con la única autoridad que nos da un contrato en una empresa de comunicación, quizás por eso la exposición del gremio sea mayor y la responsabilidad tácita pese en nuestros hombros, muchas veces con desconocimiento.
Ese hecho plantea un dilema cuando defender el oficio se trata. Pronto será impensable rasgarse las vestiduras para negar a otros la concesión de llamarse periodistas sin tener un título. Pronto, si el gremio no discute ni se cuestiona, seremos desplazados por locutores que tendrán mejor cualidad y representatividad en el acuario de nuestra audiencia.
No cabe duda que las circunstancias nos plantea una disyuntiva pragmática y estratégica sobre cómo defender el periodismo y a quienes pretendemos ejercer esta profesión. Hoy la revolución nos demanda “objetividad” (sabemos que detrás también persiguen callar las verdades incómodas) pero lo interesante de esa discusión promocionada por el Gobierno, es que ha calado en la audiencia con suficiente profundidad.
Plantear las fronteras de la objetividad no tiene sentido ya. Ese discurso y el querer colocarle nombre a la cualidad que debe prevalecer en los periodistas es una discusión estéril. Todos en el fondo sabemos que es el sentido de la justicia lo que nos mueve, la que mueve la aguja en el espacio y tratamiento que damos a cada acontecimiento.
Ese hecho no debe pasar desapercibido en ninguno de quienes pretendemos hacer periodismo. Hoy, cuando las patas que sostienen el periodismo están tan tambaleadas, son nuestros lectores los que se hacen preguntas que tienen poco espacio en las redacciones.
La “sociedad de la información” no es un mito, está creciendo al margen de las redacciones, con participaciones interesantes en cada rincón del ciberespacio de manera abrumadora. No nos sorprendamos, seremos prescindibles en poco tiempo si las redacciones continúan sin discusión, si no concedemos espacios para los defensores de los lectores, si no reconocemos nuestros errores antes de que otros los señalen.
Se acerca el día del periodista, nuevamente como desde hace unos años habrá poco que celebrar. ¿Desde hace cuánto tendríamos que habernos reservado la fiesta para la discusión?
Y sí, que me llamen intensa, pero en tiempos como estos no me consuela saber que prevaleceremos.
Hola colega, te invitamos a visitarnos en nuestra casa nueva. No tardes.
ReplyDeleteTe leo en silencio,
ReplyDeleteUn beso
OA
Adore leerte. y esas lineas valientes y sinceras me impactaron.
ReplyDeleteGracias por pasar muchachos!
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