Tuesday, February 09, 2010

El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo

25 años de la visita del Papa Juan Pablo II

Edición Correo del Caroní , enero de 1985

Hoy somos testigos de las transformaciones causadas por las ciencias y tecnologías aplicadas por la inteligencia del hombre. Pero a la par que el instrumento técnico tiene un valor positivo, porque ayuda a ejercer el dominio inteligente y responsable del hombre sobre la tierra, también surgen serias dudas e interrogantes; porque la técnica puede llegar - y ha llegado a ser – alienante y manipuladora, hasta el punto de deber rechazar moralmente la presencia de una cierta ideología de la técnica, porque ha impuesto la primacía de la materia sobre el espíritu, de las cosas sobre la persona, de la técnica sobre la moral.

Esta tendencia deshumanizante y despersonalizante explica por qué la Iglesia no se cansa de pedir una revisión radical de las nociones de progreso y desarrollo: lo hizo el Papa Pablo VI en su encíclica “Populorum Progressio

¿Hasta cuando tendrá que soportar injustamente el hombre y los hombres del Tercer Mundo, la primacía de los procesos economicistas sobre los inviolables derechos humanos y en particular, de los derechos de los trabajadores y de sus familias?

Es aquí, en los valores y derechos humanos inviolables y sagrados de la persona, donde hay que pensar y definir de nuevo las nociones de desarrollo y progreso.

En la intención de Dios se ve claramente que el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.

Este principio de la dignidad de la persona del trabajador es el que tiene que determinar las estructuras posibles de los sistemas industriales de producción y de todo proceso económico, político y social; si no se quiere continuar en el espantoso desequilibrio del mínimo porcentaje que goza de los bienes, frente a un alto porcentaje que carece de ellos, sobre todo en los países del Tercer Mundo.

Son desproporcionadas las grandes diferencias de posición social y de privilegio salarial entre unos y otros. El trabajo es un bien del hombre y es un bien para todos, a pesar de la fatiga que conlleva, y no para unos pocos.

El trabajo está subordinado a los fines propios del hombre y de la humanidad, estando en primer plano la familia como comunidad interpersonal de un hombre y una mujer, llamados a transmitir la vida a los hijos.

El trabajo es para la familia y no la familia para el trabajo.

En las condiciones actuales de Ciudad Guayana, desarrollada fundamental alrededor y en función del trabajo industrial, con gentes procedentes de todas las categorías sociales: obreros, técnicos, profesionales, permitidme recordarles algunas ideas centrales de mi Encíclica.

A pesar de la fatiga y el esfuerzo que requiere, el trabajo no deja de ser un bien. “Este carácter del hombre humano, totalmente positivo y creativo, educativo y meritorio, debe constituir el fundamento de las valoraciones y de las decisiones, que hoy se toman al respecto, incluso referida a los derechos subjetivos del hombre. Por tanto, es necesario colocar constantemente en primer plano, “el principio de la prioridad del trabajo frente al capital”.

A la luz de este principio hay que estudiar “el gran conflicto” que se ha manifestado y continúa manifestándose después de dos siglos entre el mundo del capital y el mundo del trabajo. Aceptando que el trabajo y el capital son componentes inseparables del proceso de producción, para superar el antagonismo entre uno y otro se impone la necesidad de impone la necesidad de una permanente concertación de legítimos intereses y aspiraciones; concertación entre aquellos que disponen de los medios de producción y los trabajadores.

Pero “los justos esfuerzos por asegurar los derechos de los trabajadores… deben tener siempre en cuanta las limitaciones que impone la situación económica general del país. Las exigencias sindicales no pueden transformarse en una especie de egoísmo de grupo o de clase, por más que puedan y deban tender también a corregir – con miras al bien común de toda la sociedad – incluso todo lo que es defectuoso en el sistema de la propiedad de los medios de producción o en el modo de administrarlos o de disponer de ellos”.

Juan Pablo II, 1985

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