Sinuosos tiempos, estaciones, caminos que nos tocan,
propicios para el heroísmo más completo
o para guardarnos como cautelosos erizos.
Tempranamente fuimos aventados
al margen de las cosas más simples y necesarias,
clavados con alambradas alrededor de nuestra sangre
y candados en la boca para oscurecernos.
No tenía remedio
la vida atada a lo melancólico.
Terribles días.
Pero recoge las páginas
donde los enamorados escriben cortando con navajas,
revisa los libros,
busca en las grandes piedras talladas y en los manuscritos del mar,
desde Gutenberg hasta las dos declaraciones de La Habana
busca, acumula, reúne, clasifica,
sal a la calle con balanza y metro, pesa y mide
blanco y negro, amor y olvido, agua y fuego,
filo geográfico y campana celeste.
Al final todo más claro.
Bañamos nuestra cabalgadura sólo una vez en aguas del mismo río.
Camina a paso de monte y hasta amigo del viento
que llevará los pesares al sitio de tu arrebato.
Que los solitarios no te enfaden, pero resuélvete en multitud.
Habla lo necesario con la gente sencilla
y a su lado vive con ardor.
A los soberbios embóscalos, tírales por mampuesto.
Sin nada tienes llénate de coraje y pelea hasta el final.
No te amargues.
Agarra a la amargura por los cuernos y rómpele la nuca
y si la muerte te señala, sigue cantando
y en el primer bar que te encuentres pide un trago de viejo ron
y bébete la mirada de la novia y bébete su risa
y la proximidad de su cadencia y el saludo de su cabellera.
Bébete la vida.
No hay que dejar que el camello de la tristeza
pase por el ojo de nuestros corazones.
Victor Valera Mora
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