El orgullo no debe pasar hambre. Se le debe satisfacer a sus anchas, con dietas ricas en rabietas, silencios, dientes apretujados, y sonrisas falsas. El orgullo siempre marca el mejor semblante, entre cada caso se encuentra remedio. El orgullo tiene sus cinco sentidos dispuestos a ganar batalla, a fortalecerse y traer medallas para colgar sobre la cama, títulos de honor que, en fin, sólo son honor. Pero de qué sirve el honor. Digamos que el orgullo forma parte del currículo, de la personalidad recia que gusta tener, del que marca pauta pero no es en extremo el fastidio de los orgullos.
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