A las 4 de la mañana el amanecer se acerca a los ojos, puedes predecir el día, pero no lo haces. Apuestas a lo bueno, a que lo mejor pasará. Me sumerjo en un viaje, voy con gente distinta, en un carro distinto, con un señor extraño que nos lleva reunidos por cuatro horas. Uno va en esos carros dispuesto a todo, desconfiado o confiado de que llegará a su destino, acompañado de rostros que nunca más volverá a ver, compartiendo unas horas minúsculas pero causales, asomados a nuestras quejas, a nuestros desmanes, motivados o esperanzados en alcanzar la meta, y eso es lo más gratificante. Yaces en el asiento, la vida es corta en ese instante, uno piensa que puede morir instantáneamente en el coliseo de gandolas, sería rápido, instantáneo, o cruel… puede que uno quede mutilado. Pero uno cierra los ojos, la vida hoy no puede ser tan miserable. Hoy se estrena el 29. Abres los ojos y estás en tu destino. Lo suficiente como para haber olvidado a esta ciudad- pueblo derruida en el centro, prostituida y reivindicada en el mar. Y estando en ese instante con una suerte de independencia comprada o circunstancial, me encuentro con un hombre que será mi compañero del día, compañero sin nombre. Ninguno de los dos nos atrevemos a preguntarnos nombres, no es necesario estrechar las manos, ni nos detenemos en el rostro, comprendemos o tenemos la certeza de que compartiremos el día irremediablemente. No chistamos, no se puede chistar por todo. Bastante fue a ver sobrevivido al toreo de las gandolas, a las banderinas, al hampa organizada, a los piratas de carretera. Es una aventura que tiene un fin, atemporal pero cercano, ilusorio, sí. Arribamos a Puerto
Friday, June 29, 2007
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Falto yo
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Conozco la ciudad que describes por mía y coincido contigo, por esa vista vale la pena el sortilegio de llegar hasta allí y perderse en el horizonte a pesar de los huecos, los delincuentes y los toldos rojos, inclusive...
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