Thursday, March 27, 2008

Cielo

Francisco cabeceaba en la nariz alargada de Julieta, sus pupilas dilatadas veían en el rostro de J un paisaje pastel y terracota en sus cabellos. Al menos no estamos solos por unas horas, decía Francisco para congraciarse. Se notaba que deseaba hablar, pero estaba callado, más que otras noches. La veía fumar inexpertamente en el balcón, se supone que para calentarse, quería abrazarla y tenerla minúscula debajo de la casa de tela para no soltarla nunca más. Pero se quedaba callado, era un silencio cómodo para Julieta, no tenía que explicar nada, entendía que todo estaba dicho, aclarado aquella vez en quedaron en la misma posición, con la frente hacia el mismo ángulo, pensando en lo mismo, la filosofía de costumbre después de la revolcada. Cumpliré 21, dijo J, y sonrió, con el comentario le decía viejo, eso le divertía. Le divertían muchas cosas, saber que tenía el control de los movimientos de los cortes de las telas y del sabor de su lengua, que cambiaba con frecuencia dependiendo del deseo, que últimamente dejaba añejar para pecado de Francisco. Él pensaba que ya era un hombre, un hombre de esos con bastante orgullo como para dejarse manipular por una mujer-niña, y era duro, incluso con él mismo. No decía nada, ni siquiera cuando su propio orgullo estaba en riesgo, callaba. Seguían aparentando tener una de esas relaciones que dicen ser del siglo XXI, excluidas del amor y de cosas virtuosas. Era mentira. Estaba enloquecido con Julieta, simular no estarlo era su opción. A Julieta le bastaba ser feliz unas horas un día de cada mes, al menos esa clase de felicidad atolondrada que parece una nota prolongada en el cielo sabanero. Me hacía falta este momento, le dijo, Francisco la siguió mirando y esas palabras quedaron talladas en el cielo de su boca.

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