No le quedó más que ese gesto de la boca entreabierta de cuando se quiere decir algo y no se dice, tuvo ese sabor del aire rellenando los espacios de la boca… susurrándole a las fronteras de la lengua reposada. Abandonó la posición erguida, el discurso retórico y aceptó el cierre de las puertas que dan a su revés. Tenía que hacerlo, incluso abandonar el terreno nostálgico que sólo son capaces de manejar quienes conocen sus anchas. Prefirió callar, debo decir que también sentía una revancha por reivindicarse, solucionar unas cuantas frases en una carta y dar el punto final que tanto le hacen falta a sus, nuestras revoluciones.
Entonces, giró sobre su eje y se encontró centrado, con unos cuantos kilómetros a la redonda, perfecto, solitario… una unidad que no busca completarse dentro de otros charcos. Estoy segura que le surgió la imagen del vaso de agua y las gotas de aceite, redondas, casi pomposas queriendo reincorporarse dentro de otras células más grandes. Le producía agitación, quizás una especie de nebulosa nostálgica. Acudió a la ventana, su mejor arma. Abrió las puertas de madera y expiró aire, mucho aire. Sí, soy un egoísta, se dijo a sí mismo en decibeles muy bajos.
Apoyó sus brazos sobre el hierro frio que recubre la ventana, volteó y caminó unos pasos para recorrer la habitación… blanca, casi inexplorada y esta vez hospitalaria. Pensó que de ahora en adelante este sería el lugar adecuado, en el que no cabe otra presencia, en donde no habría vientres queriendo rellenarse ni tiempo perdido en corazones flechados. Caminó unos cuantos pasos y levantó polvo, se acercó al cuarto, se recostó en la cama y quedó nuevamente mirando las vigas que armoniosamente se han juntado para sostener el techo.
Aparecieron caras en su memoria, salvavidas de momentos, paracaídas de historias, descubridores de pasiones, cazadores de rato, secuestradores de oficio, trituradores de sueños, rompe lágrimas. Uno a uno tratando de ubicarse en el cielo de la habitación. No había espacio para ellos en las cuatro paredes, tenían si acaso, el consuelo de las páginas que resistían más que la humanidad, una oposición feroz que le tocó asumir desde que nada llena. Luego sintió que se expandía y que una ráfaga de felicidad pasaba llenándolo de plenitud. Adoraba cuando eso ocurría. Era la sensación que lo hacía tener poder sobre sí, y que lo dejaba abrir y cerrar puertas aunque a veces fueran en dirección a su revés. Lo asumía.
Tomó el agua de las gotas de aceite, intentó separarlas pero no lo logró. Bebió el agua, se impacientó dentro de los cristales del vaso y quiso hacerlo saber. Tomó el cuaderno que sorpresivamente estaba sobre las sábanas, sacó la tinta desde el interior de su cabellera y la regaló poco a poco al papel. Empezó a escribir… “no le quedó más que ese gesto de la boca entreabierta…” Pienso, los ciclos tienen su cola, la ves cuando interrumpes y te acercas al punto de caída; así sea para alimentar el ego y no obtener respuesta.
Me gusta lo lento, lo cierto, lo propio.
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