Alexis Romero
(…) Y me dolía, me duele, creer y sentir que el poema nace cuando Dios no nos tiene una respuesta y nos convierte en cuerpos que siempre se marchan, cuerpos de eternas mudanzas. (…) ¿Cuándo un grupo de palabras, cercanas o distantes, deciden ser un poema? ¿Para qué le sirvo a las palabras? ¿Qué hago ante ellas, que no sea cerrarle la puerta para que nunca se marchen? Un poema se escribe cuando aprendemos a escuchar el secreto de un río, a veces seco, a veces húmedo, que marcha entre palabras. Y aquí, Dios dice: Yo soy el que nunca se marcha; yo soy quien llena de peces el río…
Esta es la función del poeta; mirar el verbo, tocar el verbo, ejecutar el verbo; para que el poema no quede callado, sino en silencio; para que el poema no se quede, sino que se marche como todos los ríos, hacia arriba: a la casa que habita el lector, el cuerpo que siempre se marcha.
¿Es el poema un grupo de palabras con poder de decisión o un grupo de sentidos que una vez se marcharon y hoy vuelven a encontrarse? No tengo la menor duda que nuestro trabajo es crear las posibilidades para el reencuentro de los sentidos perdidos. Y digo sentido, queriendo decir afectos iníciales, diálogos iníciales; queriendo decir Moisés hincado ante el rostro del sentido fundador.
(…) A Dios no le gusta fracasar, por ello guarda silencio; por ello no tiene respuestas. Fracasemos nosotros: prohibido guardar silencio, prohibido no tener respuestas. Intentemos responder la pregunta permanente y agónica del niño: ¿Cómo se escribe un poema, cómo nace un poema, cómo se marcha un poema? ¿Es aplicable la respuesta al cómo se hacen los ángeles y los hombres? Indudablemente, supongo; aunque tenga que marcharme y no encontrar los sentidos que me salvan del silencio mayor. Supongo.
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