- Parece que a mí se me acatarró la salud. Desde las 3PM, fiebre, escalofríos y dolores. Ya estamos en la urgencia del hospital
- ¿Está esperando que lo atiendan?
- Ya me midieron parámetros básicos. Fiebre, tensión y oxígeno disuelto en sangre. Ahora espero por el médico que decidirá prueba Si/No e ingreso Si/No
- ¿Qué tal?
- En cuidados Intermedios, hasta tener resultados. Aisladito.
Me escribió F de España. Hace unas semanas que comenzó la quimioterapia, y en parte me sentí aliviada porque no estaba en Venezuela, donde no hay nada y lo que se consigue son a precios locos pero en donde, aun así, no hay garantía de nada. Cualquier cosa puede matarte. Me escribió cuando en Venezuela comenzábamos la cuarentena obligatoria por la pandemia del coronavirus que, en un país como este, puede arrasar sin límites. Desde entonces despierto todos los días pensando que todo ha sido un sueño. Me cuesta asimilarlo, pero más cuesta más aún ponerle nombre a los miedos. Siento el abdomen contraído, los ovarios contenidos, tensión en el pecho… pero no he llorado. No puedo llorar. En las noches pasa un camión de la Guardia Nacional, con otras cuatro motos oficiales, recordando por qué debemos estar en casa: “El coronavirus es un asesino silencioso”.
He revisado todos los escenarios posibles. Repaso varias veces al día si he procurado todas las medidas para que mi familia este bien. Si tenemos suficiente proteína, si hay dulce suficiente para pasar la ansiedad, o si tienen datos para navegar en internet y pasar el tiempo, pero nada de eso es suficiente.
Me tiemblan las manos de vez en cuando y comienzo a encontrar un silencio que sabe distinto, y se escucha distinto. Es otra clase de exilio. La dimensión del tiempo, la jerarquización de los temores, el sitial de las alegrías y cuanto he decidido materializar. No tiene sentido. Estoy acá y no quiero salir. Lo tengo todo aquí.
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