He regresado a una ciudad que huele a tristeza y su tránsito se parece al de esos pueblos de paso donde la gente te mira con cierto aire de nostalgia y resignación. La hierba crece a sus anchas y nada ni nadie la detiene… porque no estamos. No sé si esta es una ciudad que desconozco, o si lo que yo recordaba era una imagen tramposa de una ilusión acabada. Han pasado dos años de aquel momento en que partí de mis sombras en un país que me cuesta cada vez más sujetar, y que ya no puedo ignorar. Estamos acechados por una jauría de espantos que ya no saben qué llevarse de estos cuerpos calientes que se niegan a morir.
Ahora extraño hasta el calipso que nunca amé, el sonido de las locomotoras transportando el mineral de hierro, el grito oriental de un colector de camioneticas en pleno centro de Alta Vista o el olor a carne en vara en ese camino al río Caroní. No hay nadie y mi auxilio rellena el silencio. Somos un resto de gente en cola en búsqueda de cualquier cosa: efectivo, pasta importada, huevos baratos, arroz en un comercio chino y saqueos organizados. Somos, también, un tumulto de testarudos.
Me pregunto si he venido aquí en otra especie de huida, como un muro de contención a lo que puedo ser desde mis entrañas. Una bulla, un desorden, un cuerpo sediento, unas manos cariñosas. Me arden los labios, la piel y a veces me fundo fácil en un abrazo de gente que apenas conozco. Estoy queriendo llenarme de todas esas ausencias que ahora podemos tocar. Están en todas partes. En diminutas pantallas de whatsapp, en un café desolado, en rostros que vas reconociendo, en este huracán de nostalgia que no nos mata. Entonces estás tú con tu sonrisa tímida al otro lado de un puente que ya no sé atravesar.
Ahora extraño hasta el calipso que nunca amé, el sonido de las locomotoras transportando el mineral de hierro, el grito oriental de un colector de camioneticas en pleno centro de Alta Vista o el olor a carne en vara en ese camino al río Caroní. No hay nadie y mi auxilio rellena el silencio. Somos un resto de gente en cola en búsqueda de cualquier cosa: efectivo, pasta importada, huevos baratos, arroz en un comercio chino y saqueos organizados. Somos, también, un tumulto de testarudos.
Me pregunto si he venido aquí en otra especie de huida, como un muro de contención a lo que puedo ser desde mis entrañas. Una bulla, un desorden, un cuerpo sediento, unas manos cariñosas. Me arden los labios, la piel y a veces me fundo fácil en un abrazo de gente que apenas conozco. Estoy queriendo llenarme de todas esas ausencias que ahora podemos tocar. Están en todas partes. En diminutas pantallas de whatsapp, en un café desolado, en rostros que vas reconociendo, en este huracán de nostalgia que no nos mata. Entonces estás tú con tu sonrisa tímida al otro lado de un puente que ya no sé atravesar.
Ya sé que no debo ir a ese sitio xD
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