Sunday, February 25, 2007



Tercer lugar Wordpress 2007
Estampas deportivas --
Escuela deportiva Shichahai de Pekin.
Autor: Lorenzo Cicconi Massi

Thursday, February 22, 2007

Friday, February 16, 2007

Lo complicado de verte crecer es que se me enreda el papagayo cuando veo el álbum fotográfico. Y no hay otra salida que sentirme como tú con tus pies talla 28 sobre la arena , temerle a las olas recrecidas que parecen un lobo jugando a caperucita, jugar al escondite con los castillos de arena hechos con los vasitos del raspadito de colita que te comiste. No me queda más que amarrarme contigo a la espalda de papá para que no se nos escape lo seguro y el sentimiento de poseer.

Contigo no alcanzo 1 metro cuando te cuesta alcanzar el cereal en el gabinete. Acaricias tus orejas porque no te gusta el frío del páramo y el burro anda lento, tú mamá dijo que los caballos eran para los grandes. Entonces voy contigo sentada en el burro guiado por el cachetón rosado. No querías regalar ese collar fluorescente que se cargaba en la nevera, entonces yo me quité el mío, verde por cierto, y se lo regalé a regañadientes a la niña de trencitas que quería uno igual. Sonreíste, porque cuando se es niño el encanto es poseer y dejar ir para renovar. Después se nos complica el instinto, y fíjate, fíjate lo mucho que me pesa soltar.

Eran casi las 7 de ése sábado cuando saltaste sobre la cama recordando que el viejo gordo debió haber irrumpido por las ventanas del trailer para dejar en la sala las cosas que pediste. Como de costumbre, las esconde para que te sea difícil, y me toca ayudarte a buscar desesperadamente debajo de los muebles, con un frío nervioso recordando que no te has portado muy bien en el año. Pero allí está, en el baño, la bicicleta con rueditas porque no sabes montarla. Y la corneta suena perfecto “tilín tilín”, nos montamos tú y yo, sentimos la brisa fría del 25 de diciembre en medio de la calle solitaria. En pijamas, con la tumuza recrecida y ése olor a hallaca devorada. Feliz, inmensamente feliz.

Tenemos al cabo uñas diminutas y unas manos pequeñitas del tamaño de una taza. Y saboreó contigo el sabor de la crema de auyama que es lo único que te gusta comer, porque según mamá, la sirenita que se encuentra en el fondo se ahogará sino nos comemos toda la sopa. Y a ti te gusta salvar a la gente. Te dolió cuando la maestra te doy con un lápiz por no aprenderte la lección de la “p” y no queremos volver a clases porque no nos gusta fracasar. No me queda más que sentirme mínima y reconfortada en la bañera escuchando “la pulga y el piojo” mientras mamá nos enjabona.

Le temes a king kong, y el primo Prudencio aprovechó para comprar unas máscaras negras y perseguirte alrededor de toda la casa. Eso es algo que me toca recordar, verte temblando detrás de la puerta aprisionándola cual muralla de medio metro para que no entre. Me toca sentir terror, orinarme la braga Chico, esconderme detrás de la silla pollito, incógnita y a la vez a medio encontrar en el comedor de la cocina. Me toca desenredar el papagayo y sentirme tú en otra forma, pero tú, la misma de la foto.

Wednesday, February 14, 2007

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo,
afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana,
se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea,
ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.
Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada,
una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida,
brotan en el marco y ahí mismo se tiran,
me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Julio Cortázar

Se llevaron el mono

Hoy el día ayudó a enfurecer las ranuras del silencio congelado, de los pasos cortos y apresurados a tu voz. De nuestras voces a media expresión con consuelos de libertades en amplías mayorías. Por fin tiembla el pulso y las ganas de multiplicar los excesos, liquidarnos – pues - en el consuelo de la forma. Yo pierdo, es cierto. Pierdo para armar una pieza que tarda en consolidarse, que prefiere apostarse en la pobreza, si no… cuántas veces nos arderá el mismo infierno.

Perdimos. Perderemos aun más, quizás. ¿A quién le importa? cuidado si no a la sombra en la pared o a los pantalones desgatados de tanto manosearse los bolsillos. Preferimos, es cierto, la distancia de la felicidad de un beso, el pequeño roce de los labios partidos por la diplomacia. Y en fin, ¿acaso no nos sobran las felicidades de plástico? Mentira que el beso ahogado en buen vino no da gusto, mentira también, que el buen vino sin un beso a flote no es bueno. ¡Qué susto! Es que uno no comprende, y cuando entonces se tiene cerca, se cierra el libro sin dejar rastro de página.

Sigo con el empeño de atropellar las palabras, de sintetizar las líneas y no avanzar en páginas, pero aun así, éste sigue siendo el refugio para pensar en futuro. Pensar en futuro, nada de más cuando no hay camino.

Sunday, February 11, 2007

Sobre Heroes y Tumbas

Yana riéndose


Apodo: Yana
Nacionalidad: desconocida
Personalidad: pintoresca
Estado civil: madre soltera.
Humor: alegre y risueña.
Origen: de tierras lejanas
Situación: Proveniente del callejón vecino, fue reclutada para saciar las necesidades sexuales de un cocker spanish, la relación resultó infructuosa y los padres del cocker en cuestión la colocaron de nuevo en la calle. En consecuencia, fue apodada Yana por los vecinos, dio a luz 3 cachorros que afortunadamente han sido rescatados.
Reflexión: En el amor, en la vida perra, nunca falta un infeliz que deje preñada a la perra - Corrección - Pero a veces el infeliz hace feliz a la incrédula infeliz -.

Saturday, February 10, 2007

Usted

Usted que tiene alas grandes, que aterriza magistralmente en miradas sombrías. Usted que no teme de mí, usted que pide que me cuide. Usted que no teme envejecer, que planea morir joven. Usted que quiere un hijo, que tiene manos de papá. Usted que tiene sonrisa de poesía, que tienes aires de Sartre. Usted que no he tocado, que si acaso se puede ver. Usted que no tiene mapa, que es nómada de cuerpo y aires. Usted futuro de década, de felicidad agotada. Usted inconveniente de vida, plan de agosto. Usted que no cree en lo que se toca, que crea sin tocar. Usted aplauso de medianoche, de beca y exilio a tierras lejanas. Usted perfume de tequila, borrachera de viernes. Usted recurso escaso, minoría de género. Usted, ¿tendrá auxilio para mí?

Thursday, February 08, 2007

Merxy



Mi amiga, la Saeda.

El otro abuelo

Foto: Clavel

A Saeda

Era viejo el samán. Otro abuelo de ramas enraizado en la planicie en medio de la nada, de la nada y de todo el Caroní en plena presa. Un abuelo de esos acostumbrados a ver los enamorados besarse en la esquina, esconderse y pasar debajo de las ventanas para que no los vea la abuela. En fin, un alcahueta. Un samán bien alcahueta.

Frondoso, espelucado y a veces desnutrido en pleno centro de verano, pero ahí, sostenido en su tronco esperando por los soñadores, por los tontos soñadores y por los bohemios de voz. Aparecimos nosotras inventándonos un par de cuentos del árbol que emula palabras desde la sin hueso y tú inventándote una historia de asesina trepadora llegando a la cúspide para dejar la huella indeleble de M13 pintada con la savia.

Nos faltaba realmente poco para creernos el cuento de escritoras, porque era un juego que asumíamos con absoluta rigurosidad sin la certificación de nadie. Entonces, qué más que sólo el cuento, el buen cuento de creernos adolescentes escritoras con guitarra debajo de un árbol. Por supuesto, no cualquier árbol, nuestro árbol. Demasiado romántico, demasiado adolescente, sí, pero también un cuento nuestro.

Nunca pensamos en olvidarnos del futuro clandestino que pintábamos debajo de las hojas. Una suerte de rompecabezas que nos halaba el cuero cabelludo planeándonos la vida, y los viajes. Te imaginaba entonces cantando en el centro, iluminada a medias. Ya no en el anfiteatro de la escuela, ni de cuanta tarima se armara, sino encerrada en esa oscuridad fría de la cabina – que sólo imagino – de las tantas veces que la soñabas.

¡De cuántas cosas nos disfrazamos! De poeta, cantante, narradora, de cineasta, viajera y hasta de soledad. Y de soledad, me atrevo a decir, fue el disfraz que más disfrutamos. Un artificio – me imagino – que aprendimos de las películas en donde la tristeza tiene cara de soledad y donde la soledad, según, lleva a una vida interesante y plena. Una mentira que nos encargamos de desdeñar al cargar unos años más y darnos cuenta, que apostar es más que conversar.

Fugarnos de la escuela para escapar al árbol alejado de la ciudad no fue suficiente para concretar. No lo es, pero sigue siendo un samán hermoso... Un acumulado de memorias en cada raíz aferrada a esa tierra, un escalofrío de sólo recordar y ambientar la ventilada de sus hojas precipitadas emulando una lluvia de otoño. Atesoro aun el cariño gigantesco al árbol, a los sueños depositados en su sombra y a una amiga clave para seguir atreviéndome a imaginar otros mundos.

Wednesday, February 07, 2007

Huele a febrero

Ahora es cosa de cielos. De cielos arrugados como el de hoy, de nubes fluorescentes con costuras viajeras como las de la tarde, de inmensidades sin pájaros. Seguro de ocasos naranjas, de cámaras sin películas, de un registro sensitivo y triste. ¿Te acuerdas? Tenía 8 años, estábamos empeñados en una casa del árbol, no cualquiera, una americana y ese pobre caucho que viejo nos sostenía como un abuelo. Entonces Amarilis nos llamaba a comer torta de piña, nos regañaba por las uñas mugres y por las marcas marrones en las comisuras, tierra y tierra que no nos molestaba tragar.

15 huevos en la mesa y harina de trigo derramada en la mesa. Sentada cerquita para poder ver el milagro. Del horno - imagínate - , salía una torta gigante con rodajas de piña. Era absolutamente maravilloso. Yo no quería aprender, esperaba con ansiedad cuando decidía darme el envase con las sobras de la crema. Me la devoraba, me esmeraba en pasar el índice una y otra vez, asegurándome de que quedara limpio. Después un dolor de panza y una parada en el baño. No importaba, no importaba porque éramos niños.

Aun más chica - ¿te dije? – creía que Carlos Andrés era mi abuelo. Lo veía en la tele y la abrazaba, lo llamaba abuelo. Imagínate semejante disparate. Quizás el 4 de febrero, y yo saludando al abuelo en la pantalla que respiraba a salvo en la tele, en mi pequeña ventana familiar. El antecedente es que se parecía a mi abuelito Vicente, que resultó ser más recto. Con el tiempo me sentí aliviada de que el gochito no lo fuera.

Y cuando comíamos fideos con los dedos y chupábamos la pasta - ¿te acuerdas? – Nos gustaba la broma en el bus de que nos gustábamos y todos decían “beso beso beso” en un son particular. Nos transformábamos en tomates, sonrojados hasta el cuero cabelludo y no nos volvíamos a hablar por días, hasta que se nos olvidara que nos soñábamos en el recreo.

Amarilis siempre decía que nos casaríamos. Pero no. Nos resultó mejor así. Con la tortas de piña decorando la sonrisa, con el recuerdo del campamento y los cielos naranjas. Como los de hoy, terso o arrugados, minados de loros al norte o vacío como esta tarde. Sin ése olor a piña de 1990, sin este cáncer de Amarilis en el estómago. En definitiva, sin estas virtudes de ser grandes y de aniquilarnos con la libertad de bolsillo.

Sunday, February 04, 2007



Para la historia
que tormentosamente
nos echa siempre
el mismo cuento
Por estas calles

Por estas calles la compasión ya no aparece,
y la piedad hace rato que se fue de viaje
cuando se iba la perseguía la policía
oye conciencia mejor responde con la cabeza paciencia.

Por ningún lado se encuentran rastros de valentía,
quienes la vieron dicen que estaba pálida y fría;
se daba cuenta que estaba sola y sin compañía
y cada vez que asomaba el rostro se le veía.

[chorus]

Por eso cuídate de las esquinas,
no te distraigas cuando caminas
que pa' cuidarte yo sólo tengo
esta vida mía.

[chorus]

Por estas calles hay tantos pillos y malhechores
y en eso sí que no importa credo, raza o colores,
tú te la juegas si andas diciendo lo que tu piensas
al hombre bueno le ponen precio a la cabeza.

Y los que andan de cuello blanco son los peores,
porque además de quemarte se hacen llamar señores,
tienen amigos en altos cargos muy influyentes
hay algunos que hasta se lanzan a presidente.

1992, Giordano Di Marzo

Falto to

Escribo retazos por todas partes, en uno, dos, tres cuadernos en todos falto yo el fuego de siempre, este largo suspiro que no...