Llueve. No sé si es propio de los finales de febrero, pero
llueve y me parece extraño. He estado leyendo desordenadamente, como siempre y he logrado terminar una historia entrañable. C y yo hemos tomado un libro para atraer el sueño. Pienso en este comienzo
de marzo: sus oportunidades y el hilo narrativo que no encuentro.
Son menos los miedos a los que me enfrento que hace un año cuando
hice este mismo viaje, con otros propósitos, y pensé que quizá este era el lugar adecuado
para despejarme. Aquí estoy, un año después, caminando por las mismas calles
donde me atreví - en esta última serie de atrevimientos que me permito- a
encontrarme con otros y despojar mis dudas en otros encantos.
En este brevario me he enfocado en un proyecto, una idea y
la visualización de algunos roles. He comenzado a disfrutar la cocina con los
dos sartenes, una olla, la incertidumbre sobre la llegada del agua y la
compañía de una estación de radio. Mezclo ají, cebolla y ajo, y esos olores me
trasladan a un pasaje de la cocina que busco, mi propia sazón y eso es, como diría M,
alegórico.
Me exploro de distintas maneras. No me privo. Lloro menos y
parezco más relajada con lo que se espera y en el fondo, aunque no tengo todo
lo que quisiera, me siento en el ritmo correcto, aún con sus histerias
mensuales y los ahora, cada vez más breves, temores de perder. He comenzado
yoga, otro libro cuyo título – oh, sorpresa – es sobre el amor, y también sobre
la manera de relacionarnos con otros.
Las materias pendientes son muchas, pero este es el saldo de
un mes que parecen muchos. Hace unos 28 días apenas podía dormir. Me paré
tantas veces a contemplarte mientras dormías, pensando que quizá aquella manera
de verte podría transformarse, ahora sí, en este lapso. Entonces pensaba que
era una especie de despedida, en muchos sentidos, en todas sus formas, y ojalá
de una etapa que no deja de llamarse nostalgia.
No lo sé. Aún no sé qué es esta lluvia en este preludio de
marzo.